Después del día de San Jordi
|Ha pasado el 23 de abril, es decir, el día de Sant Jordi, patrón de este país y otros. Se ve que esto de caballeros que matan dragones tiene éxito. Pero santo Jordi, aparte de todas las leyendas más o menos cargadas de romanticismo, es también un mártir. Y esto quizás no gusta tanto. Todo el mundo, sobre todo los políticos, quiere matar algún dragón y liberar la princesa de turno, ya se diga Economía, Inseguridad o Mofa. Pero nadie, sobre todo ningún político, se ofrece a morir mártir por sus convicciones. Todos, sobre todo los políticos, nos estimamos más la vida irreal en la leyenda que la vida real de las dificultades. La vida es bastante dura, claro que sí!
En este nuestro país, este patrón matadracs coincide con una celebración comercial de libros que se ha querido revestir con una celebración, también comercial, de esto que dicen amor. Los libros invaden la calle en una fiesta única en el mundo que no tiene nada que ver con santo Jordi. Tiene que ver, y perdonen, con Don Miguel de Cervantes Saavedra, el escritor castellano, que dicen que murió un 23 de abril. O sea que la fiesta del libro, que la habilidad comercial catalana ha convertido en una cosa extraordinaria, tiene un origen español. El de conmemorar el Día del Libro, perdón, el Día del Libro. Esclar que los catalanes cambiaron el sentido de la fiesta comercial y la aprovecharon para vender y difundir los pocos libros catalanes que se editaban con penas y trabajos en la terrible posguerra genocida franquista. Despacio, Cervantes se fue olvidando y santo Jordi fue tomando la primacía. Y cómo que por Sant Jordi, es decir, en abril, florecen las rosas y la rosa es el símbolo del amor, por su belleza y sus espinas, se hizo esta síntesis preciosa de la vida intelectual, representada por los libros, y la vida carnal, representada por las rosas. Y así, editores y libreros y floristas tan felices. Y todavía para borrar mejor la presencia cervantina en esta fiesta tan nuestra, Josep Pla tuvo la buena pensada de morirse un 23 de abril. Y, así, la fiesta del libro tiene una excusa literaria de peso, cosa que le hace buena falta, porque de los libros que se hacen y se deshacen (demasiado deprisa las editorial los destruyen!) pocos hay que valgan literariamente la pena. Es la fiesta del libro, dicen, y no la de la literatura. Y así las paradas se llenan de papel imprimido dedicado a la economía, a la política, a los efluvios sentimentales más planers. Ya sé que alguien ha dicho que el que importa es que la gente lea, aunque sean porquerías. Importa a los editores, esclar. Pero yo creo que más vale no leer que leer cosas de quiere gallinaci. Porque estas configuran los cerebros en la conformidad de este vuelo y no los estimulan hacia la reflexión y el espíritu crítico. La lectura adocenada facilita el pensamiento gandul. Pero quizás esto es el que quieren los políticos. Y si los libros se han degradado, también se han degradado las rosas. Se venden tantos millones que las tienen que fabricar en naves industriales, programándolas porque florezcan el 23 de abril. Son rosas que no huelen y algunas no tienen espinas. Son símbolos del amor sólo exterior, mucha imagen pero poca sustancia. Y poco sacrificio. A veces pienso, y ya sé que no está muy bien pensar estas cosas, que nuestro santo Jordi se está convirtiendo en un dragón, abocado al suicidio.
Pero todo esto ya ha pasado. Y hasta el año próximo. Ahora viene la verdad de las urnas. Las elecciones municipales de mayo y las autonòmico-plebiscitàries de septiembre (si es que nuestros políticos, confundiéndolas con un dragón, no las matan antes de tiempo). Pero no quiero hablar de estas cosas, en este final de abril tan luminoso que, como decía Eliot, hace crecer lilàs a las tierras muertas. La crueldad de abril, con su peso de incierta gloria, mezcla hábilmente memoria y deseo. Memoria de un pasado que quizás añoramos demasiado y deseo de un futuro que encara no tenemos bastante claro cómo lo queremos. Pienso en el pasado, en la gloria de los grandes escritores, pienso en Carnero y en Pla, para poner dos ejemplos, el mejor poeta y el mejor prosista. Y formulo mi deseo, un deseo poderoso de ver como nuestra lengua, una lengua transformada, alejada de la receta, de la convención y del mestretitisme, alejada de los horrores del bilingüismo, este cáncer que le devora las carnes, pueda volver a producir escritores que valgan realmente la pena. Y cómo que veo cosas que van en esta dirección, pienso que mi deseo algún día se hará realidad. Quizás cuando seamos amos de nosotros mismos.